¿Cuándo comenzó esto?, no lo sé. Puedo hacerme una ligera
idea, de cuando empezó a avecinarse la decadencia, hasta llegar al punto sin
retorno donde nos encontramos hoy.
Se arrebató un trono a quien creyó
ser, (pero nunca fue) Rey. Se hicieron
negocios con las miserias del infierno y se autoproclamaron Caballeros de la
Corte unos plebeyos sin mesa cuadrada, sin Arturo y sin espadas. Y entre la
batalla que jamás existió y, tras la victoria que nadie ganó, fueron
despojándose de toda estética, moral y ética. El resultado de las restas,
empezaron a ir haciéndose visible tras cada amanecer, donde de las más podres
cenizas, nacía el resurgir del sufrimiento, la desgracia, la sinrazón, la
desidia y la venganza.
Éramos luchadores de primera
línea, nada nos achantaba. Pero el hambre con la falta, aderezado con el
empobrecimiento del medio y la fatiga psicológica, acabaron ablandando nuestras
armas. La gente trabaja sin fuerzas, a desgana.
Somos cada vez menos los que continuamos en pie. Somos cada vez más los
que padecemos los sufrimientos externos de los que, ajenos a su causa, han sido
condenados al sufrimiento eterno con encarnizamiento combinado.
Cómo podemos pensar-creer, que
humanizar unos cuidados, empieza por un horario o por un programa de
televisión. Cómo no nos ponemos a
empezar por psicoanalizarnos y ver, la poca-nada humanidad que queda en nosotros
mismos y, la falta de empatía que, lo queramos o no, es la base de todo el sustento. Que este
trabajo tan complejo y cuasi perfecto se haya visto reducido a ir regando el
Camposanto como premio-castigo a algo tan interiorizado que aún desconozco e
ignoro.
Como guerrera, sigo creyendo
en la esperanza, en que un día volveremos a ser los mismos que fuimos y la
vocación dejará de escribirse con “B”. Espero-deseo la llegada de una Reina de verdad, con espada, corona y corazón.
Con té y con armas.