lunes, 27 de enero de 2014

Pereza pretenciosa




Hurga a través de mi interior
haciéndome mirar hacia dentro,
virando, navegando en derredor
intentando averiguar el barlovento,
un cansancio intempestivo y lenguaraz
recorre sin permiso éste mi cuerpo,
fugaz, desde estribor a babor.
Me resiento.

Realizo una escala en mi mar
para averiguar la longitud de fondeo
y presiento la necesidad de levar,
pues la línea de crujía de mi cuerpo
esta pereza lo pretende gobernar.
Reniego dejarme a la deriva arrastrar
por tan insolente pirata del desvelo.
Me revuelvo.

Busco con mi catalejo horizonte certero
donde mis escamas poner a reposar,
sacar mis botas de caminata a la par,
y recorrer sin indolencia ni apatía
de cabo a rabo la tierra y el mar.
Saco los aparejos y velas mando levar,
Brújula en mano, papel y tintero,
Vuelvo a la escritura desde mi lugar,
Ya sabéis que lucho desde el Punto Nemo.
Me renuevo.






martes, 7 de enero de 2014

Pasó la Navidad



Por fin terminaron las tediosas fiestas navideñas. Ha comenzado un nuevo año en el cual nada más abrirse la puerta, ya nos han empezado a camelar con cifras irrisorias sobre la economía y el paro. La verdad es algo que nos gustaría creer, pero que no se lo creen ni los del cociente intelectual inferior a sesenta. Empezamos bien tras la mordida al roscón .

Navidades encantadoras en las que miles de familias nadaban en la pobreza y otras tantas se sumaban a las desdichas y desgracias del panorama nacional. Niños cenando en comedores sociales sujetando con sus pequeñas manitas las doce uvas mientras desean, no una consola o una muñeca, sino un hogar, un digno hogar. Lágrimas de desesperación e impotencia viendo como se ha ido medio mundo a la deriva mientras, parte del otro mundo se niega a reconocer dichos hechos ( imagino que de ese modo no les remuerde tanto la conciencia).

Volví a brindar (aún así) `por un año mejor. Escribí de  nuevo una carta a los Reyes esos de Oriente, pidiendo paz y trabajo digno para todos. Comí el roscón recién hecho y cuando estaba duro, tirarlo sería un sacrilegio imperdonable. 

A cambio de esto, he pasado, debo confesar, por una gymcana  de sorpresas de lo más agradable.
Por una carta con cuatro frases en la que se resume todo el amor que se puede recibir y dar.
Por unos abrazos y besos que, como la Mastercard, no tienen precio.
Por quedarme sin poder disfrutar de mi mar Mediterráneo (de momento).
Por minutos inolvidables y horas irrepetibles.

Feliz año a todos.