martes, 20 de agosto de 2013

Arándanos encapsulados









Dolorimiento de las paredes del término final
Sensación de arrastre y pinchazos de cristal.
Desesperación de probar y no acertar a la primera,
fallar a la segunda y creer en la tercera.

Brutal dosis de antibióticos pendientes de  filtrar,
Letal dosis de antihepáticos  dispuestos para depurar.
Alto grado de esperanza puesta para apostar.
Bajo grado inmunológico para poder rematar.

Busco arándanos por los rincones y las esquinas,
una  sobrecarga que inyectarme de adrenalina
diluida con analgesia que suavice las endorfinas.
Sobredosis química mezclada con vitaminas.

Cansancio, escalofríos, ganas, impulsividad.
Sensaciones dispares que continuamente vienen y van.
Prospectos abiertos y releídos de par en par.

Deseo de sacar la claqueta y poner punto y final.

martes, 13 de agosto de 2013

Las cinco de la tarde

     

   

"A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde..." 


                                F. Lorca









Tras el almuerzo y la toma de omeprazol necesaria para aplacar el ardor que allí habitaba, me puse mi traje de cola, mis escamas y escafandra, y de esa guisa tan peculiar, puse a remojo el cuerpo como si de un cuerpo inerte se tratara.  El agua estaba fresca y alivió al instante el sofocón de la  piel y del alma. La calma reinante en la superficie de mi mar, hacía de bálsamo en mis vías biliares. Habían desaparecido como por arte de magia, la taquipnea y la taquicardia y, las cuerdas vocales habían empezado a recuperar su tono habitual.

        Una vez relajada, decidí sumergirme en las profundidades y bajar a mi anémona.  Sentarme en mi sillón y prepararme una bebida fresquita de tinta de calamar.  La caracola-móvil anunciaba que volvía a estar cargada y con batería suficiente para ser autónoma fuera del mar. Me recosté sobre mi almohada dispuesta a pasar una tarde a ser posible, sin hacer nada, o casi nada.

       El reloj de arena pasaba de las cinco de la tarde cuando la caracola tuvo a bien anunciarme un mensaje que provenía de las charcas.  No estaba muy por la labor de levantarle la tapa de nácar y mirar. Aún así, lo hice.  Levanté,  la caracola encendió su luz y me mostró el texto que allí rubricaba la rana.  Leía la frase que tanto tiempo ha esperaba, la frase tonta de la semana, la frase que hace que todo vuelva a la calma y la calma vuelva a mi mar.  Lo necesitaba leer, escuchar, sentir, saber, ver…..Lo necesitaba.

 Eran las cinco de la tarde cuando mi caracola transportaba  de vuelta las palabras ; “y yo a ti”


lunes, 12 de agosto de 2013

Perseidas gástricas




"..Oh la boca mordida, oh los besados miembros,      
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo      
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.      
Y la palabra apenas comenzada en los labios.."


                                                 Pablo Neruda








    Y pensé que me entenderías, que comprenderías mis amargas lágrimas rodando sin control ni medida por mis mejillas. La taquipnea provocada por la angustia que asfixia. La gastritis producida tras una sensación “post-morten” de esto, lo nuestro. Me equivocaba. La rabia de ambos por la frustración aparecida, podía con la empatía y con las ganas. Yo con mis malditos resortes que crujen y se disparan cuando menos lo espero, se rompen y estallan en mí como si de fuegos artificiales se tratara. La sensación a pólvora quemada produce un quebranto insoportable de la bilis que acaba saliendo a bocanadas incontrolada y desmedida. Deslenguada. Tú con tus formas de interacciones y relaciones con el mundo por mí en algunos momentos no comprendidas.  Heridas que vuelven a abrirse formando una llaga desmesurada que a simple vista no parece con vistas a cerrarse ni por segundas ni por terceras intenciones.

    Y después llega la calma, la calma externa con la interna intranquilidad de alarma. Tu desconfianza comienza a tejerse hacía mí como lo hace en sentido inverso de mí hacia ti. Sabemos que ya no será lo mismo, que habrá una parte, o dos, o varias de ambos que será guardada en latas despresurizadas que el otro no podrá abrir nunca. Acabará convirtiéndose en la insoportable estancia y anunciará con clarines el amargo final del cuento del pez y la rana.

    Esos fueron mis pensamientos mientras por mis mejillas rodaban a sus anchas mis lágrimas. Eso fue lo que mi cabeza pensó en contarte en aquella breve llamada y la angustia dejó paralizadas a las cuerdas vocales cuando intentaron moverse para contar. Eso fue el inicio de cómo se dejaba ver por el envés la guadaña.  Y este es el principio del inicio o el principio del debacle de los mares y los estanques.

En nuestras manos la cosa anda.

jueves, 8 de agosto de 2013

Alícia cerró la puerta




"Yo solo te pido,
quédate conmigo.
Y cuando te vayas
ciérrame el camino.

Tápame la boca,
ciérrame los ojos
Abrázame sin miedo
y vete: libre y loco."

                          Ailín Guerra




La habitación ciento treinta y siete fue testigo de cómo la sinrazón se apoderó aquella noche de la oscuridad latente, el cielo enmudeció con su luna nueva y las bilis volvieron de nuevo a revolverse tras la picadura del escorpión. Se apagaron las luces interiores y los ojos se abrieron en contraposición como platos mientras la cabeza iba contando entretanto y de forma aproximada y errónea el paso de los minutos, de las horas. Parecía más tarde siendo aún más pronto. Parecía más pronto cuando ya era demasiado tarde. Demasiado tarde para pensar, para dormir, para estar despierto. La mano se deslizaba sola, solicitada por el epigastrio, el cuál calmaba su acedía con el calor de su tacto allí presente. Los ojos buscaban, enfocaban y desenfocaban desenfrenados intentando encontrar algún punto razonable a la vista en aquella negrura que invadía, sin lograr encontrar la referencia deseada,  acudían en su ayuda en vez de unas buenas lentes de visión nocturna, unas enormes lágrimas que emborronaban aún más el asunto. El corazón se desbocaba en taquicardias que iban y venían sorprendiendo a cada galopada.

   Al final llegó el día y con el día llegó el alba. Entraron los primeros rayos de sol por la ventana enmudeciendo los fatigados e hinchados ojos que ya apenas veían.  El corazón había descendido a bradicardia de curva sinusoide y el estómago había encogido hasta alcanzar el tamaño de una avellana. (-Mejor así-  pensé para mis adentros –más fácil será adelgazar). Las prisas acuciaron la recogida y abatida del cuarto antedicho y de aquella guisa y pelaje, abandonaba medio ciega, medio muda, medio rota la medieval estancia. Introduje la llave en la cerradura y el llavero quedó a la vista medio invidente de una servidora. En el lugar que antes llevaba el número, ahora portaba unas letras. Achiné los ojos y comprobé que todas juntas decían….CIÉRRAME.

   Me sentí Alícia abandonando el País de las Maravillas Descorazonadoras.  Así la llave y la giré, dejando allí, todo lo que allí quedaba, entre muchas de las cosas, la ilusión con que giré la llave la primera vez que entré.  Me agaché a recoger lo que quedaba, mi mástil con una claudicante bandera blanca y me fui.


Moraleja de la que aquí suscribe;  Ni siquiera en el País de las Hadas se cumplen los sueños.